Centro de Interpretación Andén Cero: Nave de Motores

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C./ Valderribas, 49 (esquina C./ Sánchez Barcaiztegui)
91 - 392 06 93 -información general y cita previa para grupos-
Metro: Pacífico. Autobuses: 10 y 56.
Horario:
- de martes a viernes: de 11:00 a 19:00 hh.
- sábado, domingo y festivos: de 10:00 a 14:00 hh.
Cerrado los lunes.

La entrada es gratuita, con acceso libre hasta completar el aforo.



La Nave de Motores de Pacífico forma parte de Andén Cero, el centro de interpretación de Metro de Madrid que recuperó para la ciudadanía la famosa “estación fantasma” de Chamberí. Ambas sedes comparten horario e incluso el documental que se proyecta a la entrada es el mismo, pero las dos instalaciones pueden ser visitadas aparte porque su naturaleza es bien diferente.
La que nos ocupa ahora fue una gran central eléctrica de transformación, que solventaba las carencias puntuales del servicio y aseguraba el funcionamiento óptimo de la red. Las compañías suministraban la corriente eléctrica y la Nave de Motores generaba con ella su propia energía. Tres motores Diesel procedentes de Alemania se encargaban del proceso. Su capacidad era tal que en diversos momentos de la historia cubrió las necesidades del resto de las subestaciones de Metro, de parte de la capital y en 1925 de las propias empresas suministradoras. Durante la Guerra Civil dio servicio a la ciudad del “No pasarán”.



El edificio data de 1923, el mismo año que se construyó la primera línea de Metro. La simbiosis histórica con la peripecia del tren subterráneo duró hasta 1972, cuando la Nave quedó definitivamente fuera de servicio. La recuperación arquitectónica del inmueble ha sido completa y se ha efectuado bajo una misma premisa: recrear lo más posible su aspecto original. También se han tratado con criterios museísticos su mobiliario y piezas de maquinaria, sometidas a un proceso de limpieza que literalmente las ha dejado como nuevas. El exterior del recinto está ocupado por varios anexos del Metro -como las oficinas de sus sindicatos-, que abarcan toda una manzana entre las calles Granada, Sánchez Barcaiztegui, Valderribas, Granada y Doctor Esquerdo.

El recorrido comienza en el espacio de acogida, donde se proyecta un reportaje de 17 minutos sobre la historia del Metro madrileño. A continuación se accede a la Nave, donde una guía ilustra sobre la utilidad de cada uno de los dispositivos. Las explicaciones están adaptadas a la edad de los curiosos, pero la complejidad técnica hace que se trate de una visita más apropiada para niños de los últimos cursos de Primaria o los primeros de la ESO. En cualquier caso, los monitores hacen un esfuerzo por transmitir sus conocimientos en claves que los niños puedan conocer: “¿veis esto? Pues se parece mucho a las calderas del Titanic”, “esta máquina necesita una reserva de aceite para poder funcionar, igual que los coches”, “arriba había una especie de superordenador que controlaba todo lo que salía de aquí”, etc. También hay un par de monitores de plasma que refuerzan la lección teórica sobre el funcionamiento de lo que estamos viendo.



La sala entera huele a garaje, a un olor de aceite denso y permanente que impregna con fuerza el interior. Su intensidad se disipaba abriendo las grandes cristaleras por las que entra el sol desde el exterior. Gracias a esta luminosidad se aprecian a la perfección las macroestructuras de calentamiento y refrigeración, las tuberías de ventilación o incluso las chimeneas situadas en un flanco del edificio. Las paredes son de azulejo blanco, una marca de identidad que posteriormente se trasladó a la red de Metro, ya que con ella se dotaba al interior de las estaciones de un entorno más acogedor.

El tamaño de los motores resulta impresionante. Sistemas hidráulicos, relojes de presión, aislamientos eléctricos, bidones de almacenamiento... todo gira en torno a esas gigantescas ruedas que les daban vida. Los Diesel cuentan con una parte superior a la que se accede mediante escaleras, aunque los visitantes tienen que conformarse con apreciarlas desde abajo.


En este garaje a escala 100 no hay calendarios de chicas, sino descomunales llaves inglesas en las paredes, pulcras aceiteras y depósitos para los paños de los técnicos. Tanto la provisión de los elementos como su disposición en la Nave venían determinados por los técnicos alemanes… y se nota. La racionalidad más cartesiana organizaba la rutina de trabajo. Incluso hay una entreplanta que preside la estancia al estilo de la película “Metropolis”, esa muestra de expresionismo en blanco y negro que denunciaba los peligros del culto al maquinismo. Desde este púlpito tecnológico se controlaban las órdenes y medidas de las distintas operaciones.

 

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