Como
todo el mundo sabe, el "boliche" lo inventaron los Picapiedra. Muchos
plenos se han hecho desde entonces. Su popularidad en Madrid es limitada, pero
comienza a hacerse un hueco entre las preferencias de los adolescentes
"sanotes". Como ni nosotros ni nuestros hijos lo somos -adolescentes,
me refiero-, podemos limitar esta experiencia deportiva a la tarde de los
sábados más crudos del invierno.
Las
boleras madrileñas son grandes y están muy concurridas, por lo que el ruido
llega a resultar molesto. En contrapartida, todas ellas se encuentran en áreas
comerciales que permiten ampliar nuestros planes y distraer a los más pequeños
cuando los mayores estén jugando. Si no queremos salir del recinto, siempre
encontraremos una barra de cafetería y bar en su interior.